El trabajo resultó monótono y sencillo. No necesitas ser
ingeniero de minas para preparar té con tostadas, cambiar jarras de agua,
quitar el polvo aquí y allá, aspirar la moqueta y fregar cuatro suelos. Además
pagaban bien, puntual y religiosamente. Eso era lo bueno de estar empleado por
la NHS (Servicio Nacional de Sanidad). Consistía en hacerse a una rutina,
respetar una serie de horarios y normas para con los pacientes. Todo lo demás
venía rodado.
Hacía ya unas semanas que logré pasar la entrevista. Mi
cuarta interview en poco más de un año.
Tres trabajos, cuatro entrevistas. Sí, han leído bien, no es ningún error
matemático, recuerden que para mi primer empleo tuve que responder a un segundo
entrevistador debido a que el primero se presentó un poco piripi en su día.
En esta ocasión fue una entrevista de lo más profesional.
Despacho privado, frente a frente con la Jefa del departamento que me
correspondía. Una señora de edad indefinida y aspecto risueño, pequeñita y
delgada como un pajarito, que me trajo gratos recuerdos de mi querida April
(recuerden, la mujer de la inmobiliaria). “No te relajes, Jorge”, pensé. Una
cosa era camelarse a alguien para que te alquile un piso sin poseer el dinero
suficiente, y otra muy distinta conseguir un empleo.
La nueva April intercalaba cuestiones profesionales con
otras más personales. Se mostraba seria, en su papel de juez y ejecutora (de
ella dependía al fin y al cabo mi futuro más próximo), no obstante de vez en
cuando sonreía y hacía algún comentario tontorrón, supongo para que yo me
relajara. Y es que no olvidemos que nos encontrábamos en un hospital, en un
despacho inodoro e insípido pero dentro de un hospital. Este sencillo hecho de
por sí me mantenía alerta, intranquilo. No soporto esos lugares. Incluso a día
de hoy me sigo mareando cada vez que debo hacerme un análisis de sangre. Es
totalmente vergonzante.
Aquella mujer menuda poseía dotes adivinatorias. Me miró
a los ojos y sonriendo con dulzura dijo algo así: “Don´t worry this is a no-blood hospital”. Me explicó que era un
centro de reposo para pacientes que habían sido sometidos a operaciones en
otros hospitales , o que sufrían enfermedades incurables. También existía un
ala donde acomodaban a ancianos y otro donde trataban a enfermos con lesiones
cerebrales. Eso hizo que me relajara un poco, que mi aprensión quedara apartada
por un instante. Entonces, como si lo hubiera olvidado exclamó: “Ah, también
existe un ala donde la mayoría de los pacientes han sufrido alguna amputación.
Espero que no tengas ningún problema con eso. ¿Te supone algún inconveniente
contemplar gente con sus miembros amputados?”. Automáticamente respondí que no,
sonriendo, ningún problema. Mientras mi mente fantasiosa me mostraba pasillos
llenos de viejitos sin una pierna, niños con patas de madera y parches en el
ojo, mujeres sin brazos que me miraban y reían a carcajadas. “Jorge, no la
cagues ahora”, me abronqué tratando de eludir aquellas repentinas visiones.
Salí de aquel despacho algo más paliducho pero con una
oferta de trabajo a tiempo completo bajo el brazo. Misión cumplida Jorge.
Me asignaron un buddy,
es decir un compañero veterano para enseñarme el oficio. Para decirme qué hacer, cómo y cuándo.
Era un chico portugués llamado Fabio (aunque las malas lenguas proclamaban que
su nacionalidad verdadera era la brasileña y que poseía un pasaporte de
Portugal falso para evitar la solicitud de visado). Fabio se mostraba risueño,
con su eterna y blanca sonrisa que brillaba en su amulatado rostro. Siempre
contento, algo melancólico. Fabio trabajaba a otra velocidad. No es que fuera
vago ni nada por el estilo, era un trabajador diferente. Motor de gasoil,
frente al motor de gasolina de un trabajador español, por ejemplo. Si algo
podía limpiar en dos horas, ¿por qué hacerlo en la media hora que exigía el
protocolo de limpiadores? Se movía por el hospital como Pedro por su casa. Era
como el sereno, poseía acceso a cualquier cuarto o despacho. Siempre con un
gigantesco manojo de llaves en el bolsillo trasero de su pantalón de faena. Fabio
era un chico joven, amulatado, musculoso
(grandes pectorales, fuertes brazos, poderosas piernas), penetrantes ojos
negros, sonrisa de anuncio de Profidén. Las malas lenguas también aseguraban
que manejaba una llave inglesa del 15, y que se dedicaba a contentar a compañeras,
enfermeras y alguna que otra manager
entre fregada y fregada. Esto último nunca me atreví a preguntárselo. Hay cosas
que entre hombres jamás se sacan a relucir. Pero no hagan demasiado caso a
simples habladurías.
Aún recuerdo mi primer break oficial en el hospital. Quince minutos para tomar una taza de
té a media mañana. O al menos eso decía el horario. A los diez minutos todavía
había compañeras calentando tostadas, a las que luego añadirían un dedo de
grasienta mantequilla, sirviéndose tazas de té con leche hasta el mismísimo
borde sin importarles en absoluto ir derramando su contenido. Por fin nos
sentamos todos. Yo con mi triste banana y un café de kettle, ellas con un opíparo almuerzo. Todos sentados alrededor de
una mesa redonda. Minuto doce de nuestro descanso. Ya acabé mi plátano y doy
los últimos sorbos al amargo café. Mis compañeras siguen engullendo: tostadas
con butter, chocolatinas, bolsas de
patatas fritas, restos de una tarta. Todo ello acompañado de té hirviendo y
café aguado. Todo ello entre carcajadas de película de miedo. De esas películas
de locos, que son las que siempre me produjeron más desasosiego. Todo ello
envuelto en una conversación en un idioma extraño. Un idioma hecho de medias
palabras, de vocales imposibles, de verbos inventados. Un idioma que no me
enseñaron en aquella academia de mi pequeña capital de región norteña. Un
lenguaje totalmente incomprensible para mí, tras más de un año en la bella
Edimburgo. Quiero despertar de esta pesadilla, deseo que alguien me explique
donde aterricé al final. Esto no es Edimburgo, ni siquiera debe de ser Birmingham.
Maldigo entre dientes, ¡alguien me engañó! ¡malditos sean! No vine al Reino
Unido, emigré a Leipzig sin tan siquiera saberlo. Y todos a mi alrededor hablan
en alemán.
Fin del primer acto......
ResponderEliminar......a la espera del segundo acto.
Santurtziarra
Uf Santurtzi, podría sacar mil actos sobre el hospital :-), pero tampoco pretendo aburrir al personal. Ya veremos como depara la cosa.
EliminarYa me lo imagino (Es un suponer) con el brasileiro repartiendo amor a las parroquianas. Había aqui en Barakaldo un centro comercial que debía ser lo mas parecido a Sodoma y Gomorra.
ResponderEliminarY eso que Basque country para el sexo is a shit.
Santurtziarra
Eran simples habladurías Santurtzi.
EliminarEsos cotilleos se dan en todos los países...
ResponderEliminarLa gente se aburre, digo yo.
Y yo feliz como una perdiz por poder seguir leyendo tus fargaditas ;)
Gracias guapa :-)
EliminarMe encanta el guiño a Leipzig ;)
ResponderEliminar¿Te ha gustado? obviamente está dirigido a ti.
Eliminar:-)