martes, 6 de noviembre de 2012

17- ¿Cuánto dinero llevas encima? (I). (15 Mayo 2002).


A veces nos gusta formar parte de la Historia. Aunque no seamos los hacedores de dicha Historia. Poder decir más adelante: “Yo estuve allí. Yo lo viví en vivo y en directo”. Quién me iba a decir a mí, hace tan sólo unos meses, que podría ser testigo de un episodio más de la Historia. La Historia deportiva, en este caso. Pero dejen que les cuente desde el principio.

Seguía trabajando en la cocina del gimnasio. Llenando el inmenso lavaplatos industrial. Bajando la gran chapa que lo envolvía. Y, como por obra de magia, se ponía a funcionar. O “haciendo bola” – como decíamos de críos – de tanto frotar aquellas cacerolas inmensas. Dale que te pego, detergente industrial y estropajo tamaño XXL.

Mi situación económica era la misma. Estancado en el escalón de los pobres. No avanzaba, ni hacia arriba, ni hacia abajo (poco daño me hubiera hecho si caía hacia abajo). El apaño del trabajo extra (aquel que parecía una prueba para hombre-rana sin equipo: crono en mano aguantando sin respirar), sí, el del burguer, me permitió saldar cuentas con April. Nada más, nada menos. Pero seguía haciendo cuentas y cuentas en mi libreta. Necesitaba seguir comiendo, no sé si me entienden ustedes.

Pero en la vida hay que saber priorizar. Hay eventos que no se pueden dejar pasar. Vine a vivir a Edimburgo, casi de casualidad. Y ahora resulta que acudiría, a la vecina ciudad de Glasgow, el equipo de mis amores de infancia y adolescencia: el Real Madrid. Debido al año tan movidito que tuve – en España − ni conocía el hecho de que la ciudad escocesa, acogería la Final de la Champions esa temporada.

Y claro. Yo no podía perderme tal acontecimiento. No tenía ni una libra en el bolsillo, pero eso era un detalle sin importancia. En cuanto conocí la noticia – el Madrid había alcanzado la final – me lancé a hacer planes. Pedí de inmediato dos días off en el trabajo -reservando la sagrada fecha, más el día siguiente- (eso me encanta de este país. Nadie te pide explicaciones cuando pides un día, o dos libres). Y seguí haciendo números en el cuaderno. Pero seguía sin cuadrar la estrategia. Necesitaba cómplices. Partners in crime, que dicen aquí. Y claro, en seguida vino a mi mente la imagen de John: sonriente, pillín y golfo.

Al día siguiente me acerqué a visitarle, a su lugar de trabajo. El Hard Rock Café es un sitio increíble para trabajar. Buena música, buen ambiente, camareras de película, decorado impresionante. John más de una vez me ofreció trabajo – en la cocina era el que cortaba el bacalao, en esos temas también – pero fui cobarde. Todavía tenía miedo a los cambios. Bueno, a lo que vamos, que me voy por los cerros de Úbeda. Le conté la situación. A él le resultaban imposibles las fechas. Pero me sonrió, me guiñó un ojo y me dijo: “un momento amigo” – en español, con aquel acento que siempre me hacía sonreir −. Volvió al cabo de unos minutos. Me cogió la mano, la abrió y puso varios billetes en mi palma. Y me guiñó el ojo otra vez. “Real Madrid. Segundo mejor del mundo. Primero Celtic”. Así era John.

Me había dejado 50 libras (una pequeña fortuna para mí). Luego en casa le conté mis planes a Rachel. Me escuchó atenta. Riéndose de vez en cuando. No sé qué le hacía tanta gracia a esa chica. Siempre se meaba de risas conmigo. Supongo que mi acento vallecano (perdón a los de Vallecas) le resultaba gracioso. O los gestos que hacía yo, moviendo mucho las manos, los brazos, la cabeza. Todo. Yo movía todo. Para contribuir a que ella me entendiera. Vamos, que yo parecía un director de orquesta, dirigiendo una pieza con mucho ritmo. O tempo, o lo que sea. ¿Ven ustedes? Si tuviera una cultura musical decente, pondría aquí un buen ejemplo de pieza musical, dejándoles a ustedes con la boca abierta. Pero no es el caso (escuchar a Barricada y Marea no ayuda mucho, precisamente).

Rachel me prestó otras 50 libras. Esta vez las pedí yo. Le prometí una rápida devolución.

Y así me lancé a la ciudad de la otra costa. La ciudad maldita. La ciudad del Glasgow Rangers y el Celtic. La ciudad de los mil museos,  las mil tiendas y otros tantos cuchillos. Allí me lancé, con 100 libras en el bolsillo. Con una sonrisa en la cara. Y con un plan en la mente. Dicho plan sólo tenía dos alternativas: conseguir una entrada en la reventa, o ver el partido en un pub y beberme todas las pintas posibles. Al fin y al cabo, un hecho histórico no se repite. Hay que celebrarlo.

Continuará.

1 comentario:

Su opinión me interesa