lunes, 19 de noviembre de 2012

20- Sustos y tangas. Lágrimas y globos de colores. (15 Junio 2002).


No todo fueron risas y buen rollo. La convivencia, entre las paredes de un piso pequeño, no siempre es fácil. A veces escuchas a tus grupos favoritos, sin darte cuenta de que el alto volumen puede molestar a los otros. En otras ocasiones tu flatmate trae a un amigo a deshoras y se ponen a charlar y reir durante horas en la cocina, cuya finísima pared comunica con tu habitación. Entonces tú no logras dormir y estas de un humor de perros al día siguiente. La otra no puede concentrarse en sus estudios y pasea sus malas pulgas a lo largo de toda la jornada. Vienen los roces tontos, las discusiones, incluso las altas voces.

Entre Rachel, Elie y yo hubo muchas de esas situaciones. Bueno, tampoco demasiadas. Las habituales en estos casos. Yo a veces cedía, otras me ponía cabezón y seguía en mis trece. Casi siempre acabábamos pidiéndonos disculpas. En ocasiones yo me adelantaba, otras veces lo hacía alguna de ellas. Siempre fueron discusiones uno contra uno, y la tercera persona del triángulo se quedaba en su esquina, respetuosa hacia los dos combatientes. Sin meter baza. Eso sí, nunca las vi discutir entre ellas. O si lo hicieron fue con una sutileza femenina más allá del alcance de mis sentidos. Pero ya les conté que fue un gran año para mí. Nunca llegó la sangre al río.

Mi relación con Rachel fue más intensa y más vívida que la que tuve con Elie. Puede que fuera por sus diferentes personalidades –mucho más abierta y espontánea aquella que ésta− o pudiera haber sido por mi abierto ataque a la conquista de la petite francesa. Pero con el tiempo me di cuenta de que no me gustaba. Era demasiado fría y calculadora. Y tenía un punto de maldad retorcida, así como de refilón. Era la definición ilustrada de expresiones tan nuestras como: “ir de mosquita muerta” o “matarlas callando”. Rachel era más directa, más humana. Le notabas cuando estaba feliz y cuando la tristeza inundaba su alma. Muchas de mis discusiones estúpidas con Rachel concluyeron con un cálido abrazo en la cocina, o en su cuarto. Rachel tenía un buen corazón. Recuerdo una ocasión en la que discutí con Elie, delante de la escocesa. Estábamos en el living room y la bronquilla acabó con una puñalada trapera de la francesa en mi espalda. Algún recalco acerca de mi edad y mi situación económica-laboral. Algo por el estilo. Metiendo el cuchillo entre las costillas y haciéndolo girar dentro como tan sólo alguien con maldad puede hacer. Recuerdo retirarme a mi cuarto. Conteniendo el enfado. Al fin y al cabo era una chica y mi compañera de piso. Pero lo que más nítido viene a mi memoria (mucho más que la frase envenenada de la francesa) fue la reacción de Rachel. No dijo nada. Ya expliqué que el tercero se mantenía en una esquina durante una trifulca. Mas a los pocos minutos llamó a mi cuarto. “Are you ok?” Supongo que me vio tocado. Ante mi monosílabo afirmativo, insistió “Are you sure?” Aquella noche Rachel se ganó algo más que mi simpatía. Aquella noche se ganó mi amistad.

Rachel no era ninguna santa. Háganse cargo. 23 añitos, alta, con un cuerpo de escándalo, rubia y de ojos azules. Risa de muchacha traviesa y colores en el rostro cuando se acaloraba. Un cóctel molotov, así todo revuelto. Me empecé a dar cuenta de ello cuando veía el tendedero interior – uno de esos artefactos que se abren y tienen varias varillas para colgar ropa a secar dentro del piso – repleto de tangas de diversos colores y materiales. Ojo, no es que yo inspeccionara las braguitas de mis compañeras de piso, es que estaban ahí todas, a plena vista, al lado de la mesita del teléfono del pasillo. Y claro, de vez en cuando se traía una víctima a casa, a dormir. Víctima digo, porque ante tal juventud y atributos el pobre hombre estaba perdido.

Una mañana de domingo, serían las nueve aproximadamente – algo muy difícil de calcular en verano, debido a la total luminosidad en el cuarto desde las cuatro y media de la madrugada, pues no teníamos persianas, y las cortinas eran demasiado finas – estaba yo medio dormido en mi cama. Me encontraba en ese estado de duermevela, en el cual no estás seguro de si piensas o sueñas. De repente la puerta de mi habitación se abrió de par en par (justo al lado del cabezal de mi cama). En el umbral había un tipo alto, con el pecho al descubierto, en gayumbos (imagino, pues no llegué a verlo), ojos de ido y boca abierta. Me incorporé en la cama como un resorte. Yo también sin camiseta, luciendo pelo en pecho, con los brazos fuera del duvet, los puños cerrados. La adrenalina disparada y dispuesto para la pelea. Nos miramos ambos. Su cara era un poema. Recuerdo que dijo: “¡Chiissas!” que es como dicen aquí –estos herejes− el nombre de Jesús. Cerró la puerta y se retiró.

Pasado el susto y con la cabeza más refrigerada entendí que era uno de los ligues de Rachel. El chaval fue a hacer sus necesidades al baño, y a la vuelta en vez de la puerta de la izquierda (la de Rachel), escogió la puerta de la derecha (la mía propia). Se lo conté a Rachel en el desayuno. Yo con mi bowl de cereales con fresas, ella con sus huevos revueltos con bacon. Cómo se reía la condenada. Me decía que era un chico que estaba muy hot (muy bueno), pero que de aquí (y se señalaba la cabeza) hacía aguas como el Titánic en su primera y última travesía. La muy golfa (dicho con mucho cariño).

Pero el gran amor de Rachel había sido un chico cuyo nombre recuerdo, pero no escribiré. Ni tan siquiera lo cambiaré por otro de mi invención. A modo de respeto. Era su amor de juventud, su sweet heart que dicen aquí. Yo creo que seguía enamorada de él, a pesar de haberlo dejado ella hace un tiempo. Y él, definitivamente estaba loco por ella. Esas cosas suceden. Qué les voy a contar yo a ustedes. El chico trabajaba de camarero, como ella. Y por una de estas coincidencias de la vida – que es muy perra y no entiende de romanticismos− su ex coincidió, en un turno de trabajo en su club (bar de copas, no de señoritas de pago) con un nuevo portero o bouncer. Y hablando mientras fumaban un cigarrillo en la puerta, el portero, así como quien no quiere la cosa, le dijo que se había acostado con su ex. Con Rachel. El ex-novio de Rachel –yo lo conocí− era un pedazo de pan. Buen chaval. Se quedó confuso, incrédulo al principio, pero con la quemazón irremediable en su corazón. Al día siguiente quedó con ella, y se lo preguntó directamente. Ella no pudo o no quiso negarlo.

Todo esto me lo contó ella una tarde de lluvia, en su cuarto. Yo la había notado apagada todo el día. Tristona. No sonreía. No reía mis constantes tonterías. Llamé a su puerta y le devolví aquel “Are you ok?” que tanto me había impresionado a mí. Mas yo insistí hasta que me dejó pasar. Me senté en su cama, ella en la silla con la mirada fija en la pantalla del ordenador. El cursor parpadeando en medio de una línea de un essay, que ya no iba a finalizar aquel día. A lo largo de su relato, sus ojos se fueron llenando poco a poco de lágrimas. Hasta que las cartolas no pudieron contener más y se desbordaron, inundando sus mejillas. Lloraba de forma silenciosa. Con resignación y sin aspavientos. Su mirada dejó de ser azul, convirtiéndose en un gris pálido. Me dio una pena infinita. En aquel instante yo era un viejo, los nueve años que nos separaban se convirtieron en veintinueve. Tan sólo se me ocurrió abrazarla y susurrarle como a la niña pequeña que era.

El disgusto le duró días, semanas. Ignoro si alguna vez recuperó la amistad perdida con su ex. Ignoro si alguna vez se recuperó ella misma. Recordé que pronto llegaba su cumpleaños. Y comencé a mover las ruedecitas de mi mente, a pensar en algo para animarla. Fui a un supermercado, a la zona de cumpleaños y parties. Y allí me hice con el material requerido para mi plan.

Aproveché que ella trabajaba todo el día (en su cumple) y que yo disfrutaba de mi día off (tras más de 4 meses trabajando y estudiando sin un solo día libre, conseguí que me dieran más horas cada día para poder librar los viernes). Le llené toda la habitación de globos de colores – inflados a pulmón −, y sobre el duvet de su cama esparcí tres bolsas de flores secas, con diferentes aromas, y diversos colores rojizos, amarillentos y rosáceos (que imagino venden para otros fines que ignoro). Lo cierto es que quedó muy bonito. Perdonen la falta de modestia.

Sólo ver su rostro, al abrir la puerta (extrañada ante mis pasos tras ella, preguntándole tonterías para distraerla), sólo contemplar la carita que se le quedó, ya mereció la pena todo el esfuerzo. Se giró y me dio un abrazo, prieto y largo. Y al separarse me regaló su risa. Esa risita de niña traviesa. Esa risita espontánea y tierna, que siempre lograba hacerme temblar las piernas.

14 comentarios:

  1. Qué bonita historia, Farrgo. Me alegro de que las compartas con nosotr@s.

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  2. Enhorabuena, me gusta el blog, facil de leer, y me gusta la idea de escribirlo compartiendo tu experiencia cronologicamente.
    En muchas de tus historias veo experiencias similares de colegas en UK.... lo de algun energumeno abriendo la puerta de tu habitacion tras confundirse, y el "Chiiisus!" le pasa a todo el mundo?

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  3. que bonitoooo!! y ahora, a esperar la próxima!! Espero que no tardes tanto!. Engancha tu blog!

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  4. Tanto? pero si escribí uno el domingo y otro el lunes a las 4 de la madrugada! creo que os estoy malacostumbrando! :-)

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  5. ¡Yo quiero una Rachel en mi vida!. Ya lo dije, pero la forma en la que escribes y las vivencias, gustan y enganchan. Cuando seas un viejo cascarrabias escribe tus memorias, yo las comprare ^^

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  6. Gracias Adry, ya te lo firmaré de viejito jeje :-)

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  7. Me ha encantado :)
    Al final, Edimburgo es muy pequeño y hay que tener cuidado de con quién acabas en la cama, porque seguro que se conocen!!

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  8. Qué bonita historia :)Me ha recordado mis batallitas universitarias :) Lo que más me gusta de este blog es que descubrir tu personalidad poco a poco. Al final, eres un buenazo ;)

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  9. Shhh, no se lo digas a nadie meinemamimemima ;-)

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  10. Brutal fargadita :) De verdad, me encanta cómo cuentas lo que cuentas.

    Un abrazo

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