lunes, 29 de octubre de 2012

F9- Kiwies y Gabachos. Ron y té con leche. (15 Marzo 2002)


Estuve de exiliado apolítico – odio a todos esos sinvergüenzas por igual – en el piso de Fonsi y Fabien durante dos semanas. Fabien, así es como se llamaba el gabacho con cara de coliflor, siempre tan serio. Por supuesto él pronunciaba su nombre totalmente diferente, pero sólo para darse importancia. Yo, para mis adentros, le llamaba el Fabes (qué peligro tiene que tener el chiquitín ante un buen plato de fabes – pensaba yo). Sería totalmente injusto por mi parte hacer cualquier tipo de crítica sobre Fonsi. Fue él quien me llevó de la manita al Jobcentre (el INEM, digamos), él quien me acompañó a inscribirme en el College (donde era gratuito estudiar English full time) y, por supuesto, él quien me metió en su casa sin conocerme en persona. Pero el ambiente en el piso empezó a enrarecerse: malas caras, gruñidos, broncas porque calenté la leche en un aparato que parecía un calentador de leche, cuando resultó ser un calentador de agua, que aquí llaman kettle. Fonsi solía pasar a mi lado, mirándome de soslayo, y diciendo – al modo del gran Gila – “Alguién tiene que encontrar un pisooo”. Lo de Fonsi no eran indirectas, eran penaltis.

Vamos a ver, que yo buscaba piso, me pateaba todos días media ciudad y parte de la de al lado. También intenté llamar a anuncios de habitaciones a alquilar, estos últimos los anunciaban en papelitos, en un tablón de corcho en un café muy popular. El Elephant House. Pero no era sencilla la labor. No me entendían cuando hablaba. Me colgaban el teléfono. Recuerdo un día que llamé desde allí mismo, desde el Elephant. La señora, al otro lado de la línea, perdió la paciencia con mis intentos de explicarme y cortó la comunicación. ¿Tan mal hablaba la lengua de Shakespeare? Desolado colgué el auricular. Y una señora de mediana edad se me acercó. Me habían estado observando – ella y la que parecía su hija – y se ofreció, con una sonrisa, a llamar en mi lugar. Lo intentó, pero esta vez no respondieron. Le di las gracias. Le dije que era muy amable, que no se preocupara que ya encontraría algo por ahí. Y salí del café, al viento y a la lluvia ladeada. Esas gotas de lluvia fría, que golpeaban mi rostro, camuflando las lágrimas de la frustración.

Un día, en una de mis habituales caminatas de reconocimiento, tropecé con dos chicas españolas en mitad de Princes Street. Tras los saludos y los besos – tan españoles – les conté allí a bocajarro mis problemillas para encontrar piso. Los desastres que resultaban al juntar inglés y teléfono. Me dijeron que ellas conocían a un español que alquilaba habitaciones. La más guapetona me escribió su número en mi muñeca izquierda. El número del casero español eh, no el suyo propio. ¡Ojalá hubiera sido el suyo! 

Y de esa manera conocí al famoso Pope.

Ese mismo día llamé desde una cabina. Ante un “Hello?” le respondí directamente en español. “Hola. Necesito una habitación y no tengo dinero. Pero tengo trabajo”. Llevaba un par de semanas fregando platos. Todavía no había cobrado nada. Pero eso lo dejaré para otra fargadita. El tal Pope, gallego, me dijo que no me preocupara. Que tenía una habitación para mí. “Y si no la tengo, echo a alguien para meterte a ti. Me gustan los tíos sinceros”. Eso me dijo, con ese acento tan particular de los gallegos.

La cita. Había quedado con Pope a las tres de la tarde. “No me gusta madrugar. Sólo los pobres madrugan”, eso me dijo el jodido. Y allí estaba yo, tres de la tarde, esperando de pie enfrente del Caledonian Hotel. Hacía frío y viento – en esta maldita ciudad siempre hace viento −. Vi acercarse a un señor. Tenía aspecto de español, pero era mayor. Tendría unos 50 años. La voz de Pope era de un chico joven, en sus 30. Se acercó y me preguntó si era Jorge. Sí, soy yo. El hombre miraba a su alrededor y por encima de mi hombro. Todo misterioso. Como si de repente fuera a verse rodeado por una veintena de policías, armados hasta los dientes, gritando: “¡Alto, FBI!” – ah, no, que eso es en USA −. La cosa estaba clara. Vamos, blanco y en botella. Era un negocio ilegal. Pero a mí me daba igual. Yo quería mi room. Me dijo que Pope no pudo acudir – ejem – pero que podría quedar mañana a tal hora en tal sitio. Me ahorré de comentarle que existen los teléfonos para esas cosas. Estaba claro que querían verme la pinta. Asegurarse que yo era quien decía ser. Además, ¡yo sólo quería mi room!

Pope era treintañero, flaco y fibroso, peinado como un rockero de los 60 y más chulo que un ocho. Me cayó genial sólo verle.  Conducía un deportivo rojo y llegó acompañado de un bellezón caribeño de veinte añitos (con un escote que parecía Despeñaperros). Me dijo que no me preocupase por el dinero. Que él se fiaba de mi palabra (imagino que tendría sus métodos para ser tan confiado con un desconocido). Sinceramente creo que le gusté. Me lo repitió allá mismo, en el coche – era un modelo pequeñito, con tapicería de  cuero negro. A cada acelerón y frenada mi culo se deslizaba en el minúsculo asiento trasero – “Me gusta la sinceridad. Me has caído bien chaval. Te miro a los ojos y pienso ‘este rapaz no me va a engañar’ “. (Otra vez mi sinceridad abriendo puertas). Le agradecí sus palabras y le aseguré que mi palabra era de fiar.

El piso era una mierda. Todo hay que decirlo. Pero tras ver varios, a cual peor, me decidí por el mal menor. Además los paseítos con el deportivo fueron un plus. Mi habitación era una boxroom, que yo llamaba cariñosamente mi zulo. Un cuarto con techo altísimo, sin ventanas y más estrecho que aquel que se acuesta con una ninfómana y dice que le duele la cabeza – sentado en el borde de la cama, pegada a la pared izquierda, estiraba los brazos y tocaba la pared derecha −. Describir la habitación como austera sería piropearla, allí un monje de clausura se hubiera cortado las venas. Pero me encantó. Era barata, el piso al que pertenecía estaba bien situado. Y era MI room. Por primera vez, en 31 años de vida, me sentía independiente. Pagando por mi propia habitación. Aquella noche la recuerdo tumbado en la cama, con los cascos escuchando a Barricada, con una sonrisa de oreja a oreja y sabiendo que todo saldría bien.

Duré 3 semanas en el Hotel Palace.

Convivía con otras 6 personas. Una pareja hippie de kiwies (así se les llama aquí a los neozelandeses), dos chicos jovencitos franceses y dos chicos gallegos. Los dos primeros días me dediqué a llamar a las puertas y presentarme. Hola, me llamo Jorge, estoy en la boxroom de al lado, para lo que gustéis. Y todo eso. Así me habían educado. Pronto aprendí que aquí las cosas se hacen de una forma diferente. Los más agradables y hospitalarios fueron – para mi sorpresa – los hippy-kiwies. Ella era preciosa, con unos ojos verdes enormes y el cabello rubio rapado al uno. El era alto, desgarbado y con todo el pelo que le faltaba a ella sobre su cabeza – la melena le llegaba a mitad de la espalda −. Ella estudiaba nosequé, él tocaba la guitarra en Rose Street. Fueron los únicos que me invitaron a pasar (al llamar a su puerta), todo sonrisas y buenas maneras. Me hicieron sentarme en la carpet. Me convidaron a un té con leche – mi primer té oficial en el Reino Unido – que bebí a trompicones y sin respirar – no quería ofenderles – pues descubrí que no me gustaba el té con leche. Los más simpáticos y cachondos fueron – también para mi sorpresa – los gabachos. Jorge, me dije, tienes que hacerte mirar eso de los prejuicios. Los jovenzuelos resultaron ser unos juerguistas de campeonato. Un día me obligaron – a empujones – a celebrar nosequé de la France, en su habitación. Menuda borrachera me pillé a base de cerveza y  chupitos de ron. Salí del cuarto gritando como un loco: “Vive la France! Vive la France!”. Los más bordes, con diferencia, fueron los gallegos. Y no se merecen ni una línea más en este relato.

El piso estaba guarrísimo. Pero guarrísimo de semanas, meses, años. La cocina parecía zona de guerra – en la cual los combatientes se arrojaban mantequilla, grasa negra, cajas de cartón, latas, basura −, los fuegos de la cocina eran irreconocibles, la nevera llena a rebosar,  con chorretones de diversos líquidos y con esquinas con un sospechoso color verdoso. El cuarto de baño era para echarle de comer aparte. Recuerdo ducharme con chancletas, colgar la toalla en un clavo de la pared, y deslizar la sucia cortinilla de la ducha con las puntitas de los dedos índice y pulgar. Tenía claro que no usaría la cocina ni bajo tortura. Guardaba queso y jamón de York en la nevera, muy bien envueltos en papel de aluminio. El pan de molde – blanco y barato – lo tenía en mi room. Comía en el colegio (muchos días sándwiches, otros un plato de algo cocinado en la cantina). Cenaba en el trabajo, pues fregaba platos en una cocina. Todas las demás comidas (meriendas y comidas-cenas mis días off −libres− fueron a base de sándwiches de ese pan blanco y barato que guardaba en mi zulo, con el queso en lonchas y el jamón de York (por llamarlo de una manera, pues era como plástico de color rosa). Tenía un ritual. Me sentaba en la cama. Ponía todos los ingredientes sobre el duvet (edredón nórdico). Cogía una rebanada de pan de molde y la colocaba sobre la palma de mi mano izquierda (soy un tipo que se lava las manos más de diez veces al día), cogía una loncha de plástico color rosa, la colocaba en el pan de mi mano izquierda, cogía una loncha de queso, la colocaba sobre el pseudojamóndeyork… así sucesivamente completaba el emparedado. Me hacía dos o tres (a veces les ponía kétchup, pues de lo contrario quedaban secos como paladar en día de resaca), los metía en una bolsa de plástico, salía a la calle y los comía caminando.

Duré 3 semanas en el Palace.
            

3 comentarios:

  1. Ainss... y yo que tambien me cargue una ketle calentando leche.. me siento mucho mejor sabiendo que no soy la unica!

    Enhorabuena por los relatos...solo he comentado en este, pero me los he leido todos de "pe" a "pa".

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  2. "Solo los pobres madrugan", gran frase!!

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  3. Me apunto a este blog Fargo...

    Al final, como ves, me marche a Londres en vez de a Edimburgo, gracias por tus consejos, pero por una oferta de curro que me llego aquí me vine... soy ivan_c en Spaniards, ya tienes un link en mi blog, me parece una buena idea y muy interesante :P

    Estaré al tanto... :) Si quieres leer mis aventuras, aquí tienes el mio :) http://milugarencendido.blogspot.co.uk/

    Nos vemos tío.

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